Texto e imágenes: Ana Basanta

Cuando en 2011 un reducido grupo de mujeres del municipio de Comasagua en El Salvador se lanzó a poner en marcha huertos familiares y vender el excedente, no podían imaginar que crecerían tanto que se convertirían en un proyecto de referencia: la Canasta Campesina, que ya cuenta con laboratorio para analizar el suelo, invernaderos y sistemas de riego por goteo

“Mi madre inició los huertos el 2011, con el apoyo de mi padre. Creo que era una de las poquitas familias en que el marido no intercedió”, recuerda Doribel Machado desde la recientemente inaugurada ecofinca de la Asociación Cooperativa Agropecuaria la Canasta Campesina. “Empezamos a crear toda una comunidad, hacíamos reuniones, conocíamos los insumos… y se hizo el primer convenio con el Liceo francés para la comercialización. Muchas reuniones se hacían en casa mía, pero yo todavía no estaba involucrada”.

Cinco años después, Doribel siguió los pasos de su madre, Carmen López, a quien agradece su esfuerzo y perseverancia. “Aquella primera parcela en que trabajó mi madre en la primera fase del proyecto ahora está dentro de una área con invernaderos. Con el tiempo, hemos avanzado con más tecnologías, más infraestructuras y más áreas protegidas”.

Para hacer este salto en formación e innovación, la Canasta ha contado con el apoyo de las ONG Associació Catalana per la Pau (ACP) y Secours Populaire Français (SPF), con la financiación de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Agence Française de Développement (AFD) y con la colaboración de diferentes universidades de El Salvador.

Mejorando la economía local

La historia de Doribel y Carmen ejemplifica los objetivos de esta iniciativa agraria, ecológica y solidaria, como por ejemplo empoderar las mujeres y la juventud de Comasagua, un municipio de unos 12.000 habitantes con altas tasas de paro entre estos dos colectivos. “Mi madre explica: ‘Ayudé a mis hijos a sacarse el bachillerato con la venta de hortalizas’. Fue todo un hito. Ahora hay un impacto muy grande en el municipio, hay una parte social porque trabajamos con las escuelas la cuestión del medio ambiente y ayudamos a la población vulnerable. Hoy, mi madre está bastante conmovida por todo lo que se ha conseguido”.

Carmen López escucha con atención la historia de una cooperativa que ella misma ayudó a crear a pesar de la opinión contraria de la mayoría de población masculina de la zona.

Cuando le preguntan por los orígenes de la Canasta, su memoria se remonta a los efectos del huracán Ida el 2009, que dejó muertos, desaparecidos y miles de damnificados en el país, siendo el departamento de La Libertad, donde está el municipio de Comasagua, uno de los más afectados. “Después de la tormenta, nos quedamos sin trabajo. Desde el SPF nos ayudaron y nos enseñaron a cultivar. Yo tenía tomates, chili, pepinos, remolachas, zanahorias, lechuga… Nos enseñaron a hacer bocashi para adobar (a partir de residuos orgánicos) y yo estoy muy agradecida. Me gusta trabajar en esto y todavía no me he rendido, continúo trabajando. Nunca pensamos que llegaríamos donde estamos, y me alegro mucho”. Y, antes de acabar, añade: Me siento orgullosa de ser de la Canasta Campesina.

En estos años, diferentes miembros de la Canasta se han ido formando, sea con estudios universitarios, con educación no formal o con la experiencia, y entre los miembros de la cooperativa hay quién está en la facultad o quien ya se ha graduado, una posibilidad que tiempo atrás ni se planteaban por la precaria situación familiar.

La Canasta tiene como finalidad difundir prácticas productivas innovadoras incorporando las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), favorecer un consumo más sostenible y sobre todo facilitar el acceso al mercado para dar el paso de modelo agrícola familiar a uno de más comercial, bajo criterios de justicia social y sostenibilidad ambiental. En los últimos años se ha dado especial importancia a la implementación de las nuevas tecnologías, mediante la creación de una página web para la compra directa de productos, el uso de las redes sociales o las plataformas en línea con contenido didáctico.

Un espacio de crecimiento personal e igualitario

El proyecto pone especial énfasis en el papel de la mujer, a menudo despreciado laboralmente en la zona, puesto que son las que tienen los sueldos más bajos y las jornadas más largas en el país. La presidenta de la Canasta Campesina, Kasandra Portillo, es consciente de la oportunidad de ocupar este cargo: Vivimos en un sistema patriarcal en el cual no es habitual que haya mujeres presidentas o dirigentes. La toma de decisiones es un derecho y adquirirlo es una responsabilidad. A las mujeres no se les enseña este papel. Yo he tenido que hacer un cambio similar al resto de las compañeras”, indica Kasandra.

Ella entró a formar parte de la cooperativa siete años atrás, junto con su amiga Doribel, y, poco a poco, se fue interesando por los temas de producción. “Yo era tímida en la escuela, no hablaba en público, me temblaba todo cuando tenía que hablar. Cuando me escogieron como presidenta yo casi no sabía qué decir y el antiguo presidente me dijo que hablara de mis experiencias, de mi día a día en la Canasta. He pasado de no salir de casa a viajar a París sola. La Canasta es también un espacio de crecimiento personal e igualitario”.

En este sentido, la coordinadora de comercialización, Fernanda Valladares, expresa que la cooperativa va mucho más allá de la agricultura ecológica. Ella había sido vendedora desde los 13 años y hace dos años, a raíz de la pandemia sanitaria de la Covid-19, perdió su trabajo en una tienda de cosmética. Una socia de la Canasta le habló del proyecto y decidió informarse. “Empecé con un huerto y me fui involucrando. Fui conociendo el reparto, el trato con la gente, y me gustó”.

Esta etapa coincidió con un mal momento personal, puesto que su madre, su hermana y dos hermanos pequeños estaban en Honduras y no podían volver a causa de la Covid-19. Ella vivía con su padre, a quien le diagnosticaron cáncer, y cayó en una depresión por la enfermedad y por no poder ver a los hermanos pequeños. “La Canasta me ofrece apoyo y, cuando murió el padre, me ayudó con el proceso de luto. No es solo una cooperativa ecológica de frutas y verduras, que ya es importante, es una oportunidad para jóvenes y mujeres, para la población más desfavorecida”.

Para Fernanda, se trata de toda una red comunitaria en que encuentras apoyo emocionalmente, como refugio para la población desfavorecida, como aportación educativa en las escuelas y en la capacitación de las mujeres”.

La ecofinca

La ampliación de la cooperativa y la apuesta por la innovación obligó a trasladar la antigua sede que había en Comasagua y construir una de nueva en las afueras del municipio.

En abril del 2023 centenares de personas acudieron a la inauguración de la ecofinca, un edificio de planta baja que tiene oficina, cocina, almacén, área de embalaje, laboratorio, dormitorios, baños y una sala multiusos en la cual se puede hacer desde conferencias hasta acoger a población vulnerable que se queda sin casa, y es que cada año hay pueblos afectados por inundaciones y desastres naturales.

A la inauguración asistieron, entre otras personalidades, los embajadores de España y Francia en El Salvador, Carlos de la Morena Casado y François Bonet, respectivamente; el ministro de Agricultura, Óscar Guardado, y el alcalde de Comasagua, Ever Valles, así como representantes de las agencias de cooperación AECID y AFD y las entidades ACP y SPF. Para las madres fundadoras y para las nuevas generaciones, aconteció todo un reconocimiento a su tarea y el convencimiento que, con los recursos necesarios, pueden sacar adelante un proyecto de esta envergadura.

La joya de la corona es el laboratorio, donde hay aparatos para el control de calidad del suelo y del agua. Es la manera que tienen para evitar plagas y hongos que pueden malograr los alimentos, así como para decidir si plantar, por ejemplo, tomates o rábanos, puesto que los primeros necesitan más agua y nutrientes que los segundos. Antes, estas pruebas las tenían que hacer externamente como mínimo dos veces al año y era muy costoso porque cada control suponía un gasto superior a los 1.000 euros.

Tal como explica la presidenta, “mantenemos un control biológico del suelo y esto es importante para evitar que los insectos nos echen a perder las plantas, por ejemplo. Tenemos técnicos que se han graduado en la Universidad Luterana en Ecología, pero no tener estudios no significa que no formes parte del proyecto, que es muy amplio. Hay quién produce, hay quién vende, todo el mundo aporta y fortalece la cooperativa”.

La ecofinca tiene voluntad de ser un centro de desarrollo agroecológico y lugar de intercambio de conocimiento a nivel mundial. Las instalaciones se han hecho teniendo en cuenta las condiciones orográficas del territorio y disponen de un sistema de canalización del agua, alcantarillado y fundición séptica, así como placas solares y sistema de riego por goteo.

Si bien el grosor de la producción sale de diferentes huertos del municipio, el ecofinca incluye terreno donde cultivar, entre otros alimentos, cebollas, lechugas, coles, rábanos, judías, calabacines, albahaca, plátanos y cítricos. Y, para mantener un correcto control biológico, hay plantas que a la vez sirven de repelentes.

Los jueves, reparto de las cestas

Desde la ecofinca, se distribuyen las cestas que cada jueves se reparten a los “amigos canasteros”, es decir, las personas que compran productos en la Canasta regularmente. Se pueden entregar semanalmente o cada 15 días, según las preferencias de quienes lo consumen. Hay tres tipos de cestas (pequeña, mediana y grande) con productos de temporada que incluyen hortalizas, frutas, hierbas aromáticas y huevos.

Del que se produce, aproximadamente un 10% se dedica al autoconsumo, un 30% va a la comunidad y el 60% se comercializa. Las personas que compran las cestas son mayoritariamente extranjeras. El reparto llega al colegio alemán, el Liceo francés y varias embajadas europeas.

En la actualidad, la Canasta está formada por 137 personas, de las cuales 47 son socias y socios, mientras que el resto trabaja sobre todo en temas de seguridad alimentaria y producción.

Ahora se está trabajando en una nueva fase centrada en desarrollo que se centra en el ecoturismo, para lo cual ya disponen de habitaciones con ducha y baños que ahora utilizan para acoger voluntarios y estudiantes en prácticas. Están reformando una antigua casa para hacer un restaurante en que la cocina se base en los productos de la Canasta, y que también disponga de barbacoas porque quienes prefieran esta opción las utilice gratuitamente. El proyecto de turismo ecológico, todavía en fase de desarrollo, incluye rutas de senderismo y la posibilidad de dormir en tiendas de campaña.

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